(Menos que) cero negativo.
por Eduardo Molinari / Archivo Caminante.
Reflexiones a partir de la nota Cero negativo,
de Claudio Iglesias, Radar, Página/12, del 5.12.10
Photos: Doc AC / 2010. Berlín, Alemania.
"La producción exhibida tiene muy poca vinculación con cualquier imagen de la juventud
que tenga un mínimo de circulación hoy en día, y en cambio
es fácil percibir las sutiles conexiones entre los artistas seleccionados
y el contexto institucional en el que comienzan a insertarse,
todavía dominado por la sombra de los artistas de los '90 que,
en el jurado que dio forma al premio, formaban algo así como una mayoría automática.
En efecto, salvo que el arte argentino de los '90 deba ser un proyecto milenario, a la Albert Speer, no se ven razones para curar una selección de artistas jóvenes
cuyo principal mérito es el de replicar los pasos de sus profesores,
generando una suerte de espejismo temporal
o la duda sobre si la continuidad causal del universo fue violada
por algún curador con superpoderes."
Claudio Iglesias, Cero negativo, Suplemento Radar, Página/12, p.16-17.
El oportunismo político parece haberse convertido en el rasgo más evidente dentro del repertorio de operaciones culturales que la hegemonía neoliberal y semiocapitalista -la "mayoría automática" que el autor de la nota descubre en 2010- ha decidido desplegar como parte de su actualización discursiva. Recordemos el lema gatopardista: "que todo cambie para que nada cambie".
Esta revelación tardía, este descubrir la pólvora, se da un tanto de bruces con la mayoría de las intervenciones intelectuales, curatoriales y las actuaciones como jurado del firmante de la nota.
No hablo tanto de sus textos "críticos" (aunque sugiero googlear su nombre y verificar en qué tipo de publicaciones decide escribir y qué tipo de prácticas artísticas han llamado más su atención) sino, fundamentalmente, de su relación con el establishmente del arte contemporáneo, con lo que en sus palabras llama el "contexto institucional"
¿Acaso Ramona, Radar, Otra Parte, ArteBa y el premio Petrobras o en términos de subjetividades: Fabián Lebenglik, Inés Katzenstein, Rafael Cipollini, la Fundación ArteBa ¿no son parte de la mayoría automática que desde comienzos de la década del '90 ha sido hegemonía en las artes visuales argentinas?
Lo que el crítico de Radar denomina "el contexto institucional", en los años posteriores al 2001 ya había tenido que hacer un esfuerzo de re-elaboración de su discurso. Hasta entonces se festejaban los "momentos perfumados", el paradigma del "artista errante", la curaduría "grado cero", "el tao" del arte, luego la "belleza y felicidad" y las "tecnologías de la amistad". La política, ya no en la juventud, también en los artistas adultos, era casi una palabra obsoleta.
La respuesta al desborde del discurso de la cultura neoliberal hegemónica por parte de un conjunto de artistas y colectivos, de prácticas artísticas que se hicieron imposibles de negar luego de las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001, por su co-presencia con los movimientos sociales que fueron protagonistas de ese momento bisagra, fue la creación de la categoría de "arte y política", o "artivismo".
Esta categoría permitió en todos estos años generar una suerte de limbo desde el cuál muchos "teóricos" han pretendido tener el "don" de señalar y tocar con su varita mágica, determinando quién es político y quién no.
Pareciera que Iglesias abreva de esta tradición hegemónica y pretende dictaminar qué jóvenes son políticos y cuáles no (esta vez según las pautas actuales, como "la participación de los menores de treinta en el discurso social"). Me pregunto, igual que en aquél momento de intentos de "normalización": ¿ desde qué lugar ético y desde qué tipo de compromiso político concreto se pretenden realizar este tipo de juicios?
¿Acaso todos los que escriben sobre arte hoy no tienen su grado de responsabilidad en la construcción del discurso social? ¿Acaso las intervenciones intelectuales del autor de la nota de Radar en el actual "contexto institucional" han abierto muchos espacios, recursos y nuevas condiciones de educación artística o de trabajo para los artistas por fuera de la lógica de explotación y de culto al dinero, al "éxito" y a los rituales de "bienvenida" al mercado, lógica sin dudas hegemónica de los '90?
Por el contrario, creo que curadores y teóricos "jóvenes" y "emergentes" se han visto muy rápidamente domesticados y puestos a trabajar al servicio de aquéllas personas, medios e instituciones que construyeron con sumo empeño en las últimas dos décadas una estructura cultural que formatea a los jóvenes artistas. Formateo desde un sistema de formación y legitimación artística privatizado y patéticamente infantilizado, en el que -y aquí comparto totalmente los dichos de Iglesias- los "profesores" festejan a los alumnos que los replican, dando cuenta de su propia zombificación, ya que ellos -los profesores- son los primeros en obedecer a la demanda de un imaginario infantil y con la despolitización militante como política explícita.
Para terminar, resulta muy fácil reclamarle a los jóvenes artistas que "duerman más rápido", un eufemismo para exigirles -vaya a saber desde qué sitio de tanta lucidez, ya lo dije- que se despierten. Sin embargo, me hubiera gustado -puedo dar cuenta de la capacidad de Iglesias para leer sociológicamente las prácticas culturales- que prestara al menos igual atención crítica hacia la élite social que comanda el "contexto institucional" del arte contemporáneo argentino.
Nada dice nada la nota, ni mucho el autor de la misma en sus escritos, de esa élite que desde la última dictadura se empeña por pretender controlar el imaginario social a través de todos los medios a su alcance: destruyendo la enseñanza artística pública, intentando hacer creer a los jóvenes que ser artista implica ser manager de uno mismo y, finalmente, tornando invisible o castigando con el "no éxito comercial" toda manifestación de las potencias políticas del arte.
Aclaro aquí que para mí la potencia política del arte es su capacidad de materializar -del modo que sea- nuevos posibles sociales. Queda en evidencia la disputa subsiguiente, por el sentido de esos nuevos posibles.
Esta tarea de control es realizada no solo a través de la edición de los anhelos de la juventud (en verdad, no sólo de los jóvenes), sino y por sobre todo, a través de la creación de un paupérrimo y limitado sistema de trabajo artístico, distribución y circulación de sus producciones. Sin contratos, sin honorarios, con escasos recursos de producción, con escasas o ninguna publicación y catálogos, con sistemas de donación en vez de compra de obras para poder dar forma al patrimonio de los museos, sin un auténtico diálogo nacional y regional a la hora de crear formas descentralizadas de trabajo y de circulación de las obras, todos somos envueltos en un doble discurso: por un lado de "exigencia profesional" y simultáneamente de ausencia total de condiciones de respeto por el trabajo de artista.
He leído un intercambio de mails en el que artistas jóvenes que son parte de la muestra Curriculum Cero han manifestado su disconformidad con las palabras de Iglesias. Compartiendo sus premisas, que todo arte es político, sugiero una reflexión colectiva: prestar mayor atención a los intereses políticos y sociales que defienden los intelectuales del llamado "campo del arte". Sobre todo a la hora de sumarse o no a sus dispositivos, a la hora de pensar las estrategias para ser parte de ellos.
Prestemos mayor atención a la labor concreta de estos teóricos, críticos y curadores, tratemos de analizar si son uno más -o no- en la lucha por una cultura más diversa, más descentralizada, más al alcance de todos, menos ligada a estructuras jerárquicas, egocéntricas, al culto del dinero y de simulados "fetiches críticos" (otra vuelta de tuerca de la mayoría automática). Prestemos atención si están o no más cerca de la creación de espacios de auténtica circulación popular de nuestras obras.
Buenos Aires, 8 de diciembre de 2010.