23/8/17

El manto. Nuevas noticias de la República Unida de la Soja 2

ACTO 1. EL HISTORIADOR CIEGO.

Breve introducción molecular.

Saliendo del último vagón del subte línea "B", la escalera que da a la calle en la estación Medrano me parece demasiado lejana. Con dificultad camino hacia ella. Creía que era de noche pero desde abajo alcanzo a darme cuenta que ya ha salido el sol. Llego a la vereda con el ritmo cardíaco acelerado y casi sin aire. Mi rostro, reflejado en el acrílico de una publicidad, me muestra fugazmente como John Blaylock, el personaje encarnado por David Bowie en el film El ansia. Me asusta pensar que estoy volviéndome viejo demasiado rápido. Esta agitación y susto se repiten los días siguientes. Decido consultar a un doctor.

Pensar las relaciones entre ciencia, naturaleza y arte resulta un inmenso desafío al interior de un proceso en el que las palabras y las imágenes cobran nuevas significaciones y resonancias luego de habitar la expansión de conciencia que provoca padecer una enfermedad molecular. Las moléculas, como las semillas, son unidades mínimas que alojan y expresan la pura vida.























































Entre junio de 2007 y febrero de 2008 viví por primera y única vez fuera de Argentina. Residí en Alemania, en las ciudades de Berlín y Chemnitz. Durante mi estadía adquirí una distancia que me permitió creer que comprendía mejor algunos rasgos de nuestra "argentinidad". No habían pasado dos semanas de mi regreso al país cuando estalló el llamado "conflicto del campo" y con él, estalló dicho supuesto. El 11 de marzo de 2008, luego de la decisión del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner de establecer un nueva esquema de retenciones a las exportaciones de cereales (Resolución 125), dió comienzo un conflicto con las patronales del agronegocio que duró cuatro meses y desplegó una inusitada violencia. Violencia en los debates políticos pero por sobre todo en acciones concretas: se arrojaron alimentos a las rutas, se hicieron piquetes que bloquearon carreteras nacionales y el ingreso a los puertos, se prendieron fuego campos y los porteños respiramos ese humo, hubo desabastecimiento de alimentos en distintas ciudades del país.

Como persona, porteño habitante del mundo urbano, también como artista visual, me dí cuenta que tenía muy pocas palabras y muchas menos imágenes para procesar dicho conflicto y que mi cuerpo carecía de registros sensoriales del mundo-soja. No sabía si la soja nos llega al tobillo o al cuello. No tenía idea de la dimensión territorial del fenómeno extractivista. No conocía los efectos de los agroquímicos. Solamente tenía en mi memoria una postal del campo: un cielo celeste, un horizonte lejano, un campo verde poblado de vacas blancas y negras, un alambrado y la ruta. Pero las primeras visiones que tuve del "nuevo campo" fueron otras: la cabeza deforme de un niño y un raro mapa ameboidal.






























Buscando en internet encontré un artículo de 2006 del diario La Capital de Rosario que describía como los productores sojeros de la localidad santafesina de Las Petacas utilizaban niños de entre 12 y 15 años como señales vivientes para marcar los límites del área de cultivo a los pilotos de los aviones fumigadores y los mosquitos que debían echar glifosato. Los "niños bandera" (así los llamaban) eran rociados sin ningún equipo de protección. Igual que las plantas, los animales, la tierra y el agua. Un retrato fotográfico de un "niño bandera" ilustraba la nota. Esta foto quedó grabada en mis retinas, del mismo modo que la incómoda sensación de que algo inhumano daba sustento al nuevo modelo de producción de alimentos.

La segunda imagen que encontré, sin moverme de mi casa, fue una propaganda del año 2003 de la semillera multinacional con base en Suiza Syngenta, actualmente en manos de ChemChina. Como parte de la publicidad de sus productos, Syngenta nos decía que "la soja no tiene fronteras" y nos mostraba un mapa de una imaginaria República Unida de la Soja. Una ameba verde multiforme, una ficción territorial bien real de su autoría que agrupa porciones de Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil, que continúa hasta hoy en expansión.






























Mis deseos de habitante urbano de acercarme físicamente a un campo transformado por la biotecnología y los agronegocios, de conocer sus escalas, proporciones, olores, colores y sobre todo, de intentar habitar (aunque fuera por un breve fragmento de tiempo) el mundo invisible de las plantaciones transgénicas, se toparon con un aspecto inesperado: el mundo-soja tiene una apariencia amable, poblado de verdes, quietudes e intensidades. Pero algo extraño escapa al campo visual, fuga de nuestros sentidos hacia otra parte del cuerpo, golpeándolo fuertemente en el estómago. El mundo-soja está lleno de agujeros negros, de tajos hacia otra y ninguna parte. Es lo que no se ve lo que lo define, en absoluta sintonía con la noción misma de lo transgénico.

Un interrogante surgió entonces y se los pregunto ahora: ¿cuáles son los requisitos filosóficos, estéticos, culturales para que este modelo sea posible? ¿existe lo que podríamos llamar una cultura transgénica que habilita la implementación de esta hegemonía extractivista o es al revés, es el modelo de monocultivo el que impone monocultura transgénica?

Junto a los antropólogos Gabriela Polischer y Carlos Masotta decidimos para nuestra participación en el presente ciclo, visitar las localidades de Tartagal en la provincia de Salta y Las Petacas en la provincia de Santa Fé. Ambas localidades se presentan como territorios en conflicto, lugares en los que el monocultivo transforma todas las relaciones entre los seres vivientes en una cuestión de números: metros, hectáreas, litros, kilos, toneladas, y por sobre todo: dólares.

El Archivo Caminante y el Historiador Ciego los invitan a realizar un viaje a través de los mecanismos mortíferos de la maquinaria de la agricultura industrial. Buenas noches. Bienvenidos al interior de los pliegues del Manto con el que nos cubre la república unida de la soja.
Bienvenidos al teatro del desmonte y la fumigación!





























Collages: DocAC/2017.
Fotos en escena: Mauricio Cáceres para el Teatro Cervantes.


Eduardo Molinari / Archivo Caminante

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Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
Artista visual. Licenciado en Artes Visuales. Docente Investigador en el Departamento de Artes Visuales / Universidad Nacional de las Artes (UNA), Buenos Aires, Argentina. Su obra se compone de dibujos, collages, fotografías, instalaciones, intervenciones en el espacio público y publicaciones. En 2001 funda el Archivo Caminante. Desde 2010 coordina junto a Azul Blaseotto La Dársena, Plataforma de Pensamiento e Interacción Artística / Visual Artist. Professor & Researcher at the Visual Arts Department - National University of Arts, Buenos Aires, Argentina. His work is composed by drawings, collages, photographies, installations, public space interventions and publications. In 2001 he founded the Walking Archiv. Since 2010 coordinates with Azul Blaseotto The Dock, Platform of Thinking and Artistic Interaction. +info: www.plataformaladarsena.blogspot.com Contacto / Contact: archivocaminante013@gmail.com